El viaje, el eterno viaje, que no es exactamente un regreso a Ítaca, sino un tránsito continuo por ella, tránsito que despliega amor y ternura hacia ese universo que interioriza en un intento de aislarlo de temores y temblores desde una mirada artística y protectora, que lo convierte en creación propia. Y es que, como alguien dijo, “no hay un yo sin un paisaje”.
Luis Arias Argüelles-Meres
El Comercio. Agosto 2014